La
parte que mas me gusta de sacar fotos
es sentir esa libertad de poder apuntar a lo que quiera creando el
concepto que quiera. Yo lo elijo, yo le doy sentido. El lugar donde mas me gusta jugar a este juego es en la
calle. Y sobre todo en West End, donde hay un desfile de personajes constante.
A
todo este sentimiento lo acompaña la adrenalina producto de: “Se dio cuenta?”
“Le molesta” “Que no se mueva!” “Se enojo?” “Me vio?”-
Entonces,
cada personaje que capturo, para mi pasa a ser importante. Por todo lo que
significa el momento, mas allá del concepto que creamos juntos. Me acuerdo de
cada uno de ellos, y me encanta cuando, por alguna razón loca del destino, me
los vuelvo a cruzar.
He
aquí la historia del chico de la bici. Esta foto la saque como hace mes y
medio, en la intersección de dos de las calles mas conocidas de West End. Me
acuerdo estar parada en el semáforo y verlo frenar ante la luz roja. Ni lo
pensé, agarre la cámara y disparé. Me había gustado todo. La composición de la foto,
su bici, su casco, su pantalón y remera, su pose, su bolso de COLOMBIA TE
QUIERO (que también lo tiene mi hermana) y por supuesto y más importante, sus
tatuajes.
No
se le veía mucho la cara, asi que sabía que esa foto era el único recuerdo que
iba a quedar de el. Esa noche, subi la foto a mi instagram y puse como pie de
foto “Nosotros”. No se bien porque, pero imagino que quise etiquetar esa
especie de conexión que sentí en el momento.
El
lunes pasado, volvía caminando a casa después de una noche muy divertida y se
suma a mi caminata un “extraño”. Antes, vale aclarar, que acá es totalmente
normal volver caminando a tu casa acompañada por una persona desconocida. La
gente camina mucho, y sobre todo a la noche, ya que los bares quedan cerca y no
es una buena idea llevar la bici o el auto si vas a tomar alcohol.
Bueno,
volviendo al extraño, me llamo la atención no solo porque tenía mucha onda sino
porque empezamos a hablar con naturalidad enseguida. El primer tema de charla
fue intentar descifrar de donde venía mi acento. Pensó que era francesa. Pero
cuando le dije que venia de “South America” se le iluminaron los ojos. Y me
contesto en español: yo viví 4 años en varios países de sudamerica, uno de
ellos, Argentina. Su español era perfecto. Tan perfecto que empecé a dudar de
su nacionalidad australiana. Casi ni se le notaba el acento. Lo mas lindo es
que como había vivido en tantos lugares tenía una mezcla de todos los
dialectos. Me decía “parce” por Colombia, y me trataba de usted. De repente
aparecía el “vos”. Y sino,
aparecía el cantadito bien portugués.
La
caminata de vuelta a casa fue super interesante. Disfruté mucho poder hablar
con alguien tan fluido español y tan fluido en ingles. Había vuelto de su viaje
hace unos meses entonces tenía las emociones latinas a flor de piel. Tal como
me pasa a mi. Extrañábamos las mismas cosas y las podíamos compartir. Podía
sentir esa conexión. Esa energía que hace mucho no compartía con alguien.
Cuando
llegamos a la puerta de casa, nuestra charla claramente no había terminado
entonces lo invite a tomar agua y comer una naranja ya que eso era lo único que
tenía en mi heladera.
Comiendo
la naranja de a gajitos seguimos hablando. Le conté acerca de mis fotos, los
tatuajes, mi vida. Le encanto lo que hacía y se saco el sweater para mostrarme
sus tatuajes. En el pecho tenía tres calaveras mexicanas, como la mía. Tenía
figuras geométricas en líneas de colores también parecidas a las mías. Tenía varios, y todos con una historia
detrás. Como los míos.
Y
acá es cuando viene la parte “Flash” de la historia. Uso esa palabra porque es
la que use en el momento y causó mucha risa, así que la bautizamos así.
Hablando
de las fotos, me pidió que le muestre lo que hago. Claro que me encanto la
idea, y nos pusimos cómodos frente a mi computadora. Empiezo a pasar las fotos
y de repente me dice:
-
ESE SOY YO! –
Y
si, tenía sentado al lado mío al chico de la bici.
No
lo podíamos creer. Un FLASH, como dijimos en ese momento.
No
se que le habrá producido a él; capaz le dio un poco de miedo, capaz se sintió
desnudo. No se. No me dijo. Solo me sonrió.
Pero
a mi, me dejo muda. Y me dejó pensando en el destino, en la vida, en las
conexiones, en las energías.
¿Será
que nos teníamos que conocer? ¿Será que esa energía que sentí apenas se me puso
a caminar al lado es la misma que me llevo a sacarle la foto?
Sin
duda esta es una de mis historias preferidas que me llevo de West End. El chico de la Bici es la clara
evidencia de que somos fuente de energía. Se ve que nuestras energías se atraen
tanto que la vida nos hizo caminar al lado.
Además
de una linda anécdota, también me quedó un amigo. Esos amigos de la vida y el
arte que son mis preferidos en la lista de amigos. Gracias! Lindo
conocerte. Lindo compartir.